El Rey del puerto

“20-20” será un año recordado como aquel que nos tapó la boca, nos ató los brazos y nos enseñó cuánto mide realmente un metro. El auspicio de la muerte estancó proyectos y ambiciones. Para librarnos del bostezo y la tristeza que, como una madreselva, se iban enroscando lentamente en nuestros corazones, buscamos consuelo en las letras, sacudimos el polvo de los recuerdos, revivimos experiencias; nos volvimos creativos. El Rey del Puerto –y otros relatos– nace como testimonio de sucesos ocurridos durante la extensa cuarentena y nos invita a observar el mundo desde una perspectiva desconocida: la del condenado que vive lo que queda de su vida a máxima intensidad. Sin soslayar el drama central de este tiempo fuera de quicio sometido al espanto de un enemigo microscópico, hemos intentado imprimir un aire de comedia a las historias policiales que llegaron a nuestro conocimiento merced a la abogacía, nuestra profesión. Hemos intentado describir de qué manera impactan en la sociedad sentimientos muy diversos: el miedo, la solidaridad, la piedad y también el modo en que se codean con la mezquindad y la indiferencia. Algunos lectores probablemente se sientan identificados con las reflexiones y anécdotas que “viven” la mujer del cumpleaños, la madre superiora, los amigos del banquete, el viajero que queda varado en un país desconocido, entre otros personajes. Se trata de relatos que vuelan en medio de una pesadilla en la búsqueda incesante y desesperada de un despertar soleado.